domingo, 29 de noviembre de 2009

ELLOS: Llambías (La Patria de Martínez de Hoz)

Mario Llambías, titular de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), dijo en el escenario de la exposición anual de la Sociedad Rural, en julio pasado: "Martínez de Hoz fue el presidente de la Sociedad Rural y merece todos mis respetos.” La frase del titular de la CRA fue coronada por una ovación. Luego el dirigente se esmeró en aclarar que sus elogios estaban destinados a José Toribio Martínez de Hoz, fundador de la SRA, y no a su bisnieto José Alfredo, ministro de Economía de la última dictadura militar. Pero la confesión ya estaba hecha: el homenaje de Llambías reveló, con más elocuencia que nunca, quiénes –y cómo– son los próceres en el país de sus sueños.



Junto al apellido, José Toribio –como primogénito de once hermanos– heredó el nombre de pila, dos explotaciones agropecuarias, la afición por la política y la aptitud para los negocios. Estas últimas actividades, por cierto, se desarrollaron juntas: fiel a la tradición familiar, la vida pública de Martínez de Hoz sirvió de eficaz vehículo para promover y proteger sus propios intereses económicos.

Como senador nacional por Buenos Aires y miembro de la Convención Nacional de 1860, José Toribio fue un entusiasta impulsor de la segunda etapa de la “Conquista del desierto”, que a diferencia de la primera –ejecutada por Juan Manuel de Rosas y financiada por su padre, entre otros estancieros-, no sólo pretendía repeler a los malones. En este caso, el plan era más radical: erradicar al indio de la faz de toda tierra cultivable.

Los Martínez de Hoz, los Stegman, los Olivera, los Madero y los Casares, entre otras familias fundadoras de la SRA, fueron las beneficiarias directas de la expansión territorial. Por sus “aportes patrióticos” a la Conquista, fueron retribuidos con millones de hectáreas a lo largo y ancho del país.
Fue el comienzo de un país dominado por las castas agropecuarias que, bajo el espejismo de una “Argentina granero del mundo”, propició la concentración de la riqueza, postergó el arribo de la revolución industrial y sujetó la economía nacional a los vaivenes de los precios agrícolas.
Pero José Toribio no alcanzó a ver las consecuencias de su obra. Murió prematuramente en 1871, a los 48 años. Su legado, sin embargo, sigue intacto. Como el propio Llambías se encargó de recordarlo.

Adrian Murano, Revista Veintritres (30 de julio de 2009)

viernes, 20 de noviembre de 2009

NOSOTROS: Martín Caparrós (Tinelli y la inseguridad)

Aclaración: la nota es larga, pero excelente... No se la pierda



El derecho a la vida

Durante años me resistí a escribir sobre el señor Tineshi porque me apenaba perder el tiempo en ese maestro de la pérdida del tiempo, lanzar idioteces a propósito de ese propagandista de la idiocia pero hoy, ay, me convencí de mi error persistente. Ya no puedo seguir negándolo y negándome: el señor Tineshi es un referente nacional. Más preciso: el señor Tineshi es uno de los signos más claros de la decadencia argentina, un síntoma visible del derrumbe. Hay que aceptarlo: que el señor más escuchado de la escena patria sea uno que no consigue decir lo que querría decir nos dice cómo estamos.
Hace dos días el señor Tineshi lanzó, en su kermés de bataclanas, la proclama más vista y revista, repetida y petida de la televisión argentina de los últimos tres días, quince horas y veintiséis minutos. Dijo, como ya todos saben, que “acá están matando a la gente por la calle de una manera impresionante y todavía estamos discutiendo si metemos presos a los de 16, de 17, si los derechos humanos… ¡El único derecho humano es el derecho a la vida!”, remató, acogiéndose al abrigo traicionero del lugar común.
Que se te cumplan los deseos era una vieja maldición gitana; sería bueno que el señor Tineshi recibiera de los hados satisfacción completa a su pedido: que su único derecho humano fuera el derecho a la vida. Y que, por lo tanto, perdiera su derecho al trabajo –gran momento–, su derecho a la propiedad –bruto remate–, su derecho a la libre circulación –duro para la 4x4– o, incluso, su derecho a la libertad y lo encerraran en un cuartito oscuro durante, digamos, treinta días –o nueve años, ya que estamos–, o una semana y media, lo que le parezca al carcelero. Todo para complacerlo –y que su único derecho sea el de la vida.
Así entendería, quizá, las vidas de muchos de los turritos que andan matando por ahí: pobres hijos de puta pobres que sólo tienen lo que el señor Tineshi desea con exclusividad, el derecho a la vida –y muy poco, y casi ningún otro. Es una obviedad –para eso estoy– decir que nunca nadie lo vio así de convulsivo exigiendo los otros derechos de esos tipos. Y nunca así de convulsivo exigiendo, un suponer, soluciones para los diez bebés que se mueren cada día en la Argentina por causas evitables o para los diez adultos que se mueren cada semana en la Argentina por el mal de Chagas porque no tienen derecho a su salud y no reciben la asistencia que él, gracias a dios y a su dinero –el del señor Tineshi, no el de dios– sí consigue. Pero claro, la inseguridad es igualitarista –y tiene la mala idea de no amenazar sólo a los pobres.
Así, quizás, en sus horas de cavilaciones –en el ejercicio de su derecho único a la vida–, el señor Tineshi repensaría lo que siguió diciendo en su kermés: que no importa si la solución es de derecha o de izquierda, que “lo único que quieren todos los habitantes es vivir en paz en este país, quieren paz y justicia, nada más que eso”, y que “alguien haga algo”. Éxito de la Gran Macri: la solución no es de izquierda ni derecha, no le metamos ideología, “desideologicemos”. Como si –una vez más– ideología fueran las ideas de la izquierda y las de la derecha fueran sólo lógica, el sentido común.
Pero resulta obvio –y aburrido repetirlo tanto– que cualquier solución que se plantee para cualquier problema supone una ideología, porque las soluciones serán distintas según quién las proponga desde dónde. En el tema de la inseguridad, la derecha lo tiene claro: quiere una policía que tire a matar y miles de chicos pobres encerrados, como viene sintetizando uno de sus líderes, el comandante Scioli. La propuesta es cerril –y demostró su ineficiencia tantas veces. El problema es que la izquierda no parece tener nada para ofrecer en cambio.
Es una de esas paradojas que, en la política argentina, crecen silvestres: este nivel de violencia existe porque los gobiernos más derechistas de nuestra historia reciente –militares, Menem– armaron una economía y una sociedad que excluyó a millones de personas y los condenó a una vida sin modelos, sin expectativas, sin zanahorias para seguir en la carrera ordenadita. Pero es la derecha la que aprovecha el resultado de su propia brutalidad para ganar apoyo pidiendo mano dura, represión, pena de muerte: si no fueran tan tontos, algún espíritu maquiavélico podría pensar que lo hicieron a propósito desde el principio. Yo no, pero lo cierto es que la tranquilidad pública es terreno de la derecha y la “izquierda”, la “centroizquierda”, el “progresismo” –¿para cuándo un nombre que no tengamos que decir entre comillas? ¿No sería hora de empezar a buscarlo?– se callan la boca.
Un clásico: las ¿izquierdas? se limitan, en general, al diagnóstico sabido. Hablan de “sensación de inseguridad”, y es cierto que los medios la inflan todo lo posible, pero –más allá de sus bases concretas– ya es una sensación compartida por la mayoría y cuando una sensación tiene tal presencia pasa a ser una realidad social: “La objetividad es la subjetividad del mayor número”, escribió hace mucho el compañero Gramsci. Y, sobre todo, las ¿izquierdas? insisten, con razón, en que las exclusiones y desigualdades producen este grado de desintegración y de violencia, pero ese análisis no implica medidas que funcionen en un plazo más o menos pensable. Por supuesto: si hubiera más trabajo, más escuelas, más futuros, muchos chicos dejarían de creer que lo único que pueden hacer en la vida es agarrar un fierro, pero eso –si pudiéramos conseguir que sucediera o sucediese– tardaría con suerte diez o veinte años. Y, mientras tanto, las ¿izquierdas? se quedan sin saber qué más ofrecer para calmar el miedo colectivo; lo cual no sólo las deja fuera de uno de los debates más encendidos del momento sino que, además, entrega el terreno a la derecha segurista: a los que usan el aumento de la delincuencia para afirmar agendas represivas y, junto con ellas, a los políticos que quieren aplicarlas.
Ellos sí tienen claro qué proponer, decíamos: mandar a los jueces a enterrar a los chicos, a la policía a matar más. Las ¿izquierdas? deberían pensar qué les oponen: imaginar, pese a su repugnancia natural y loable, formas de reducir la violencia social. Para empezar, producir un debate inmediato decisivo sobre el papel de la policía en todo esto. Este diario inició hace unos días una serie fecunda sobre los robos de autos, los desarmaderos y la participación de funcionarios y policías en el negocio –que muy pocos ignoran. Es imposible hablar con pibes chorros o abogados o periodistas del ramo o jueces varios sin que te cuenten cómo cierta policía del conurbano manda chicos a robar: cómo la policía es una de las grandes responsables del auge del delito, porque no sólo no lo contiene sino que lo produce. Allí ya hay una diferencia básica entre derecha e ¿izquierdas? No es sólo una cuestión de preferencias y prejuicios: que la policía, como quiere la derecha y grita Scioli, mate a algunos chorros más, no arregla nada cuando es esa misma policía la que los manda a afanar o apaña sus afanos. Y, por lo tanto, las ¿izquierdas? deberían pensar formas urgentes de transformarla para que pase de amenaza a garantía. No es fácil, pero es indispensable.
Es sólo un dato en una cuestión más que compleja. Hay varias ciudades latinoamericanas que han encontrado formas de disminuir su delincuencia sin transformarse en máquinas de matar marginales o de controlar cada movimiento de sus ciudadanos. En la Argentina también se han hecho esfuerzos –parciales– de ese tipo: creo que las ¿izquierdas? tienen que convocar a esos grupos y personas, interesarse en lo que hacen, pensar, discutir, y organizar una propuesta para ofrecer a la sociedad. Salir de esta etapa diagnóstica y proyectar y ofrecer un tratamiento urgente. Digo, para que la solución no consista en más muertes y más violencia de este Estado de taifas y, sobre todo, para que la derecha no aproveche el problema que creó para seguir creando el mismo tipo de problemas y gobernar gracias a ellos y hundirnos más todavía en esa espiral de donde, se ve, nos resulta tan difícil salir. Digo, para cuidar también, entre tantos derechos desdeñados, el derecho a la vida.

Martín Caparrós, diario Crítica de la Argentina (05-11-09)

lunes, 16 de noviembre de 2009

NOSOTROS: Eduardo Aliverti (Famosos e inseguridad)


"Y también cuelan por allí los sociólogos Marcelo Tinelli, Mirtha Legrand, Jorge Rial y Susana Giménez. Gente ducha si la hay en el análisis de la fenomenología política, el instinto ideológico diría que son el reflejo de una parte de la sociedad que no termina de aprender nunca. Craso error: son absolutamente coherentes. Su cabeza pasa por acabar con la inseguridad con el simple expediente de bala limpia, camiones hidrantes y marchas con el himno a cuestas. Llaman a la represión y tienen bien aprendido que con los milicos estábamos mejor".

Eduardo Aliverti, Página 12 (Lunes 16 de nov de 2009)

miércoles, 11 de noviembre de 2009

ELLOS: Tinelli, Mirta y Susana (Inseguridad)




MILLONARIOS DE TV EXIGEN SEGURIDAD
Presión de la farándula contra delitos y piquetes

Las estrellas más convocantes de la televisión, todas ellas millonarias, doblaron sus críticas por la inseguridad y los reclamos sociales. Tras los pedidos de Marcelo Tinelli y Mirtha Legrand, Susana Giménez se apuntó este martes con polémicas declaraciones. Sin pelos en la lengua exigió que se reprima los piquetes, mientras avanza la idea -según los rumores, de "Chiquita"- de convocar a una marcha ciudadana.
Susana salió este martes a exigir represión. “Estoy harta de escuchar que no repriman. Si no se reprime, es un caos”, señaló la conductora en una comunicación con Radio 10. Y hasta se animó a defender su postura con un guiño a la “high society”. “Andá a cortar la 5ta Avenida en Nueva York o Le Champs Elisée en París, viene un camión de agua y te barre”, dijo indignada.
Sin hacer referencia a las razones que derivan en esas manifestaciones, Susana apuntó a los paros y las marchas que los últimos días caotizaron la ciudad. La diva cree que “no se puede tomar un país, no se pueden cortar las calles. El derecho de los demás termina cuando empieza el del otro”, objetó. Y cerró: “La gente llega tarde al laburo, se pone nerviosa, todo aumenta, no les alcanza la guita, es un caos, esto es un caos y hay que terminarlo”, reclamó Giménez.
Por su parte, Tinelli respondió a la presidente Cristina Kirchner, quien sin nombrarlo sugirió que utilizaba a los pobres para lucrar con su programa, Showmatch. El conductor tomó el mensaje y dijo: “Creo que lo mejor es hacer, para algunos que se molestan si un chico llora... Los otros días la escuchaba a la señora Presidenta en televisión, se horrorizaba de ver a los chicos en televisión. Y llamó a los pobres en comparación como negros. Es terrible verlo así”.
"Por Dios, qué violencia, qué locura... lo que le pasó al jugador a Fernando Cáceres, al otro muchacho que le pegaron un tiro al lado de su mujer embarazada, al chico de Tigre... Acá todavía estamos discutiendo si los metemos preso, si 16 , 17, si los Derechos Humanos... El único derecho humano es el derecho a la vida y están matando a la gente por la calle de una manera impresionante", afirmó Tinelli días atrás, metiéndose también en otro tema escabroso, como es la baja en la edad de inimputabilidad de los menores.
“Chiquita” confirmó que ya se comunicó con la otra “star” para avanzar en su idea de convocar a una marcha para exigir medidas contra la inseguridad. Tomando la línea “internacionalista” de Susana, confesó haber regresado de sus vacaciones por Miami sorprendida por la tranquilidad que se vive allí.
"Tenemos que juntarnos para organizar algo contra la inseguridad, nos están matando a todos. Hay que salir a la calle y pedir seguridad. No se puede vivir así. Señora presidenta use la cadena nacional para hablar sobre este tema", dijo Legrand hace dos días.